Siempre hemos oído hablar acerca de Esparta como una súper potencia militar de la antigüedad clásica. Sin embargo, la mayoría de las obras que se han escrito sobre ella se han limitado a dibujar un aspecto general de la sociedad lacedemonia en su conjunto, olvidando o pasando de “puntillas”, precisamente, por el aspecto más característico de su configuración: el militarismo. El elemento bélico ha ocupado un espacio limitado dentro de las grandes obras de los historiadores espartófilos más afamados, quedando reducido a unos pocos epígrafes en el contexto general de las mismas. Conocemos, gracias a éstas, características militares tales como la disciplina o la férrea educación a la que los muchachos espartanos se veían sometidos desde su tierna infancia. Sin embargo, conocemos solo de manera tangencial la aplicación práctica que esa disciplina tuvo sobre el terreno.
Ese es el principal motivo que me empujó a tomar la decisión de llevar a cabo esta breve compilación de batallas que, bien por su trascendencia histórica, bien por su importancia táctica, deberían servir de base para un conocimiento más concreto del espectro militar espartano y, por extensión, de la guerra. Resulta paradójico que a una sociedad de marcado carácter militar como la espartana, no se le haya dedicado aún una obra de este tipo a fin de ofrecer al lector la posibilidad de manejar si quiera, una breve síntesis del asunto.
Realizar una selección, nunca es tarea sencilla. En mi anterior libro “Espartanos, los hombres que forjaron la leyenda”, expliqué los motivos por los que esos y no otros, fueron los hombres escogidos para dar forma a semejante obra. Siempre habrá quien se muestre en desacuerdo y, al contrario, quien crea que tal recopilación fue bastante acertada. En el caso de “Esparta, las batallas que forjaron la leyenda”, he escogido los once enfrentamientos que, a mi parecer, más relevantes resultaron para la ciudad lacedemonia. La mayoría de ellos, tuvieron lugar en el siglo V a.C. en el contexto de la Guerra del Peloponeso contra Atenas, pero también me pareció interesante destacar dos que desbordarían ambas de orillas del citado siglo a saber, una de mediados del siglo VI, la de “los Campeones”, y otra posterior del siglo IV a.C, la de Coronea. La primera, por ser la más antigua de la que nos ha llegado información suficiente como para situarla en un pequeño contexto y relatar algunos detalles acerca de su desarrollo y consecuencias. Es cierto que, anterior a ésta, tuvo lugar la famosa “Batalla de las Cadenas”, aquella en que los espartanos marcharon a luchar contra los de Arcadia llevando consigo los grilletes que les colocarían en las muñecas una vez derrotados, -algo que, por cierto, no ocurrió y fueron los espartanos los que acabaron encadenados- sin embargo, la casi ausencia total de datos para elaborar un contexto más amplio que me permitiera introducirla en esta selección, fue lo que me obligó a descartarla. Por otro lado, las batallas que tuvieron lugar ya en el siglo IV a.C. –amén de la de Coronea- no fueron, en su mayoría, más que una sucesión de derrotas espartanas que precipitaron el fin de su hegemonía sobre Grecia. Quizá sea ésta materia más adaptada para una obra original en torno a las causas del ocaso espartano que para el presente trabajo, orientado sin duda, a ensalzar las victorias lacedemonias a lo largo de buena parte del período clásico.
Por otro lado, ha sido mi deseo que todas las batallas respondan a un mismo esquema en su desarrollo, esto es, unos Antecedentes, cuya función es situar al lector en un contexto histórico que otorgue sentido al relato de la batalla misma, así como un conocimiento suficiente del período en cuestión; una Batalla, que conforme el núcleo de la narración del enfrentamiento en sí mismo y unas Consecuencias, que vendrían a ofrecer la perspectiva general de lo que tal batalla supuso en un marco general más amplio, tanto para Esparta como para su oponente. Sin embargo, he sido flexible con este esquema, introduciendo determinados subtítulos que, en mi opinión, ayudarían a hacer más amena la lectura, evitando textos excesivamente largos y farragosos.
El uso que he hecho de las fuentes ha sido el más básico. Al no hallarme ante una obra de corte académico, he creído suficiente la utilización de las obras clásicas de Heródoto, Tucídides, Jenofonte y Plutarco, sin recurrir en exceso a autores contemporáneos. Son precisamente los clásicos los que más detalles arrojaron acerca de cada asunto y por eso los considero los más adecuados para este tipo de libros.
En definitiva, estamos ante una obra pensada para el gran público, cuyo fin es el mero entretenimiento y el conocimiento básico de un aspecto que, a pesar de su relevancia, ha sido muy ignorado por los autores modernos. Por eso, espero y confío que este sea un libro que agrade al lector y le sirva de “llave” para un conocimiento más profundo de la apasionante y singular sociedad espartana.